viernes, 14 de octubre de 2011

DESPEDIDA DEL CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS (CSIC)



¿Cortijo o Consejo? El papel de los científicos en la sociedad

Brian Easlea, en su libro sobre “La liberación social y los objetivos de la ciencia”
(1973) señala que la investigación científica debe ser asumida por personas
calificadas dispuestas a colaborar en la construcción de una sociedad en la que
pueda existir la certeza de que dicha actividad se utiliza siempre al servicio
de la humanidad.

Esto hace necesario un compromiso de carácter personal, con programas específicos de
investigación y acción, tanto en las ciencias humanas y sociales como en las
ciencias físicas. En el campo de las ciencias humanas y sociales esto es mucho
más importante, dadas las circunstancias de desigualdad, exclusión social, militarización
extensiva e insostenibilidad medioambiental que caracteriza al mundo actual,
sometido a una lógica de crecimiento excluyente e insostenible, basado en gran
medida en el fundamentalismo de mercado, a fin de ocultar y mantener las
situaciones de poder existentes.

Como diría el sociólogo estadounidense Alvin W. Gouldner (1969) criticando el mito
de una sociología libre de valores, insistir exclusivamente en las habilidades
técnicas de los investigadores, dejando de lado su responsabilidad con un
compromiso moral y ético, puede que nos lleve algún día a cargar con la
responsabilidad de haber formado una generación de personas dispuestas a servir
a cualquier proyecto autoritario.

Con no pocas dosis de ingenuidad, el filósofo inglés Francis Bacon (1620) señalaba que el propósito de la ciencia
no era otro que el de “aliviar la condición humana”. No se trata, pues, de
buscar únicamente el conocimiento en sí, sino el conocimiento relevante o
interesante desde el punto de vista social y humano. Es decir, hay que
incorporar siempre una valoración concreta acerca de para quién y para qué
fines dicho conocimiento es relevante.

Hay una copla que canta Carlos Cano que dice:
“Como se sueña se quiere,
como se quiere se vive,
como se vive se muere”.

O en palabras de un dicho popular:
“Cuando no se vive como se piensa, se acaba fácilmente pensando como se vive”.

En el momento actual parece que, al igual que sucede en el “Mundo Feliz” de Aldous
Huxley (1932), la investigación científica en el CSIC es conducida en un
determinado sentido, obligando a dedicarse a la búsqueda de relaciones de
cabildeo para lograr colocar artículos en revistas de supuesta excelencia, sin
que eso garantice en absoluto la relevancia de dichas aportaciones para mejorar
las condiciones de vida de la gente, un aspecto que no cuenta para nada en esa
actividad.

Sin embargo, los valores y los objetivos sociales informan toda actividad humana.
Sin ellos, la actividad científica se desliza hacia la trivialidad. Como señala
Easlea (1973), para un científico el compromiso con los valores es como el
viento para un barco de vela. Sin el viento, éste se encuentra inmovilizado.

Lejos estamos, pues, de la utópica afirmación de Francis Bacon que le hacía pensar
que la meta de la ciencia debía ser el alivio de la condición humana. Todo ello
se ha reducido, desde hace años, a un conjunto ininterrumpido de “planes
estratégicos” superficiales, que sólo esconden el logro de situaciones de poder
para algunos dirigentes de las organizaciones científicas y para apoderarse con
ello de los escasos fondos que se dedican a la investigación y desarrollo en
ciencias humanas y sociales, excluyendo para ello otras líneas de investigación
y acción menos sumisas al poder de turno.

De este modo, la contribución de la ciencia a crear escenarios de colaboración
entre actores sociales para lograr una sociedad mejor parece una quimera que,
sin embargo, algunos hemos seguido practicando a pesar del CSIC y a costa de
renunciar a nuestra legítima promoción como científicos en este organismo.

En el momento de esta despedida del CSIC, vaya por delante mi absoluto desprecio
hacia los que siguen colaborando en un proyecto caduco e insolidario con los
problemas de la sociedad.

Han convertido (¿o mantenido?) la versión del CSIC como “Cortijo” (no como “Consejo”
Superior de investigaciones Científicas. Aquí, en el cortijo, aún la Presidencia tiene
pleno poder de elegir arbitrariamente los tribunales para la promoción de
científicos; aún aquí se desprecia la carrera profesional y las líneas que se consideran
no “apropiadas”; aún aquí a los investigadores/as en ciencias humanas y
sociales se nos mide con indicadores trasplantados de las ciencias naturales;
aún aquí se desprecian los acuerdos de claustros o incluso –más recientemente-
se eliminan éstos.

Todo un proyecto para excluir las diferentes opiniones, algo que en un ámbito como
el científico carece totalmente de sentido y en un régimen democrático resulta
una incongruencia. Nada de esto sería posible, sin embargo, en un medio menos
mediocre y con organizaciones colectivas que defendieran de veras el papel social de la
ciencia sin venderse al poder de turno.

Me marcho pues con una profunda mezcla de tristeza y contrariedad. Hablo con la
legitimidad que me da pertenecer a una generación que dejó buena parte de su
vida en la lucha por traer la democracia a esta sociedad, enfrentándose a la
dictadura. Pero debo reconocer que la democracia aún no ha llegado al CSIC. Los
gobiernos se suceden pero en este organismo solo se cambia la fachada o,
últimamente, se trata de mejorar el marketing externo del mismo, pero manteniendo
las estructuras autoritarias de su funcionamiento.

Francisco Alburquerque, 25 de febrero de 2009

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